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El Bucle maldito

 

La alarma del despertador sonó; pasaron varios segundos hasta que Marcos acertó en apagarla, otros tantos en encender la luz de la mesita de noche.

Después de unos minutos luchando contra el sueño y la pereza, se dirigió a la ducha. Posteriormente, una vez vestido, tomó su maletín y abandonó precipitadamente su casa. El café tendría que esperar; el sonido de la radio del coche sería su acompañante.

En los días de trabajo, la mente guiaba al cuerpo de forma mecánica, no había ningún tipo de pensamiento o sentimiento que adornaran esas primeras acciones matutinas. A veces, dentro del coche se hacía el vacío sonoro; ni la radio, ni el motor, ni el ruido de algún claxon, perturbaban esos instantes de evasión mental en el que Marcos viajaba a otros lugares, en el que se imaginaba haciendo otras cosas; le ocurría a menudo, siempre acababa en una lucha entre su corazón y su cabeza, era un quiero pero no puedo, aunque siempre se autopreguntaba si ese “no puedo” era real, o era una huída hacia adelante. Todos los primeros minutos de sus mañanas tenían siempre el mismo final, un bucle de deseos, dudas, impulsos y miedos.

Ese día tocaba reunión, llegó puntual a la cita, una vez tomado precipitadamente un café de máquina.

Todo empezaba con saludos iniciales, preguntas de cortesía. Era pura fachada de cara a la galería, la reunión iba a ser tensa, parecía todo un guión escrito, unos lo hacían como autodefensa, otros como forma de intentar que el contrario se confiase. Habían transcurrido 5 minutos desde el comienzo, los participantes movían sus piezas e intentaban ganar terreno al contrario, unos los hacían de forma educada, otros empezaban a lanzar los primeros dardos envenenados. Marcos contemplaba impertérrito la escena, más bien estaba ausente. Había entrado de nuevo en ese estado en que su mente jugaba a viajar y situarse en otros lugares. En un momento dado, uno de sus jefes le preguntó – “¿Cuál es tu opinión?” –“Me parece bien, bueno creo que deberíamos reflexionar más sobre este punto. Sinceramente, me da lo mismo” contestó; su última frase, solo la escuchó el mismo. El resto de participantes reanudaron la agria discusión. Marcos se levantó, los demás le miraron sin dejar de hablar y discutir y abandonó la sala. Fue su “prueba del algodón”, ya estaba harto de escuchar día tras día a tipos sedientos de autocomplacencia y egolatría, de vidas vacías de sueños y llenas ansías de poder,…, “Pobres infelices”, pensó.

Se dirigió a su casa, preparó una pequeña maleta y tomó la carretera sin rumbo fijo. Decidió no mirar atrás, siempre habría tiempo de volver si aquello salía mal, pero “¿Por qué mal?”, se autoimpuso la no entrada de pensamientos negativos.

Su cuerpo y su corazón tendrían que dirigir sus siguientes pasos, era tiempo para que la mente descansara y solo se dedicará a intentar hacer realidad alguno de los sueños con los que siempre había jugado; era tiempo de olvidar el tiempo, de vivir el hoy intensamente y disfrutar de todas las “pequeñas” grandes cosas que la vida ofrece…

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